Porque yo lo valgo...
Resulta curioso observar cómo en la sociedad, y hablo concretamente de la sociedad occidental, se imponen unos cánones de belleza a lo largo de la historia de dicha sociedad.
En la actualidad, tal y como todos sabemos, la norma máxima es la delgadez extrema, casi rozando los desórdenes alimenticios añadiría yo. Ante esto, y quede dicho de antemano ¡yo me rebelo!
No estoy delgada, pero estoy sana. Llevo toda mi vida sometiéndome a dietas absurdas que no han hecho sino empeorar mi sobrepeso, porque cuando haces una dieta y la dejas, ocurre el llamado “efecto yo-yo”. ¿Esto a qué se debe? Pues es sencillo: la parte primitiva del cerebro recibe información del cuerpo. Éste le advierte de que no está ingiriendo alimento, pero claro, el cerebro primitivo es incapaz de analizar si el ayuno se realiza de forma deliberada o bien es por escasez real de nutrientes al alcance del sujeto. Entonces ocurre que el metabolismo basal (la cantidad de calorías que el organismo consume para su propia subsistencia básica en procesos tales como respiración, abastecimiento de flujo sanguíneo, etc., o lo que es lo mismo, el mínimo de calorías para mantener un cuerpo vivo) se hace más efectivo. Que el metabolismo basal de un sujeto se haga más efectivo implica que “guarde” más calorías que antaño. ¿qué ocurre entonces cuando abandonamos la dieta? Pues el “efecto yo-yo” que mencionaba antes: si el metabolismo basal antes guardaba, por ejemplo, 1000 calorías, ahora ha pasado a guardar 1500 “por si acaso”.
Después de toda esta parrafada técnica, llegamos a la conclusión de que ahora, todo lo que como, y repito TODO, me engorda media unidad más que antes de hacer la dieta. Resultado: ¡tú! Mujer desdichada, ilusa, ¿qué te pensabas?, ahora engordarás lo que adelgazaste más la mitad, ¡ah! y el doble de rápido.
Señoras y señores, así de tirano es el cuerpo con su dueño... ¿o es al revés, y somos nosotros los que castigamos al cuerpo deliberadamente?
Planteémoslo del siguiente modo: ¿por qué tengo yo que adelgazar para calzarme una talla 36 si con la talla que llevo me veo atractiva? Querida sociedad ¡yo no llevo la talla 36!, ni me hace falta, siempre poniendo por delante la salud, ojo.
¿Te das cuenta de que diariamente nos bombardean, a través de todos los medios de comunicación y a todas horas, con eslóganes sobre cómo debemos ser, vestir, hablar, pensar, actuar, etc.? Yo particularmente me niego a caer en su trampa comercial, aunque, siendo sincera, inevitablemente en alguna cosa caeré, nadie es perfecto.
Por ejemplo, en los anuncios de perfumes, ya no me queda claro si lo que están vendiendo es una fragancia o sexo seguro.
Todos ellos te prometen que si usas su producto (léase perfume, crema, champú, etc.) serás más susceptible de ser protagonista de un acto copulativo. Manda huevos. ¿Que quieres tener el mejor orgasmo de tu vida? Para qué molestarte en encontrar un sujeto con el que fornicar, ¡no!, usa mi champú y te garantizo la máxima satisfacción. ¿Quieres ser una mujer de éxito, a la que todo el mundo admira a pesar de haber protagonizado un escándalo bochornoso por consumo de drogas ilegales? Usa este perfume y ¡voilá!, todo arreglado. Querido piltrafilla, si usas mi desodorante todas las mujeres te seguirán al fin del mundo cual perras en celo en busca de su “macho man”. Encontramos un suavizante para la ropa que arregla las crisis matrimoniales, teléfonos móviles que de repente multiplican por mil tu vida social, bebidas alcohólicas que te convierten de golpe y porrazo en una persona con éxito en todos los aspectos de tu triste y monótona vida, detergentes que limpian todas, sí, todas las manchas habidas y por haber (qué curioso que luego la misma compañía te venda un quitamanchas, ¿no?) Y así podría seguir hasta el día del juicio final.
Concluyendo, ¿acaso no soy yo digna de ser deseada por el sexo opuesto a pesar de estar gorda? Pues sí, soy tan digna como la que más.
El verdadero problema es que llevo tantos años oyendo que la gordura no es atractiva, que he desarrollado los mismos prejuicios de los que tan fervientemente me quejo. Soy yo quién no me acepto, soy yo quién me juzgo ante el maldito espejo, soy yo misma quién me impido salir a la calle llevando minifalda sin despeinarme.
Pero ¡ah lectores! (si es que tengo alguno), pienso acabar con ese tröll que habita en mi mente, estoy decidida... “porque yo lo valgo” ;)
En la actualidad, tal y como todos sabemos, la norma máxima es la delgadez extrema, casi rozando los desórdenes alimenticios añadiría yo. Ante esto, y quede dicho de antemano ¡yo me rebelo!
No estoy delgada, pero estoy sana. Llevo toda mi vida sometiéndome a dietas absurdas que no han hecho sino empeorar mi sobrepeso, porque cuando haces una dieta y la dejas, ocurre el llamado “efecto yo-yo”. ¿Esto a qué se debe? Pues es sencillo: la parte primitiva del cerebro recibe información del cuerpo. Éste le advierte de que no está ingiriendo alimento, pero claro, el cerebro primitivo es incapaz de analizar si el ayuno se realiza de forma deliberada o bien es por escasez real de nutrientes al alcance del sujeto. Entonces ocurre que el metabolismo basal (la cantidad de calorías que el organismo consume para su propia subsistencia básica en procesos tales como respiración, abastecimiento de flujo sanguíneo, etc., o lo que es lo mismo, el mínimo de calorías para mantener un cuerpo vivo) se hace más efectivo. Que el metabolismo basal de un sujeto se haga más efectivo implica que “guarde” más calorías que antaño. ¿qué ocurre entonces cuando abandonamos la dieta? Pues el “efecto yo-yo” que mencionaba antes: si el metabolismo basal antes guardaba, por ejemplo, 1000 calorías, ahora ha pasado a guardar 1500 “por si acaso”.
Después de toda esta parrafada técnica, llegamos a la conclusión de que ahora, todo lo que como, y repito TODO, me engorda media unidad más que antes de hacer la dieta. Resultado: ¡tú! Mujer desdichada, ilusa, ¿qué te pensabas?, ahora engordarás lo que adelgazaste más la mitad, ¡ah! y el doble de rápido.
Señoras y señores, así de tirano es el cuerpo con su dueño... ¿o es al revés, y somos nosotros los que castigamos al cuerpo deliberadamente?
Planteémoslo del siguiente modo: ¿por qué tengo yo que adelgazar para calzarme una talla 36 si con la talla que llevo me veo atractiva? Querida sociedad ¡yo no llevo la talla 36!, ni me hace falta, siempre poniendo por delante la salud, ojo.
¿Te das cuenta de que diariamente nos bombardean, a través de todos los medios de comunicación y a todas horas, con eslóganes sobre cómo debemos ser, vestir, hablar, pensar, actuar, etc.? Yo particularmente me niego a caer en su trampa comercial, aunque, siendo sincera, inevitablemente en alguna cosa caeré, nadie es perfecto.
Por ejemplo, en los anuncios de perfumes, ya no me queda claro si lo que están vendiendo es una fragancia o sexo seguro.
Todos ellos te prometen que si usas su producto (léase perfume, crema, champú, etc.) serás más susceptible de ser protagonista de un acto copulativo. Manda huevos. ¿Que quieres tener el mejor orgasmo de tu vida? Para qué molestarte en encontrar un sujeto con el que fornicar, ¡no!, usa mi champú y te garantizo la máxima satisfacción. ¿Quieres ser una mujer de éxito, a la que todo el mundo admira a pesar de haber protagonizado un escándalo bochornoso por consumo de drogas ilegales? Usa este perfume y ¡voilá!, todo arreglado. Querido piltrafilla, si usas mi desodorante todas las mujeres te seguirán al fin del mundo cual perras en celo en busca de su “macho man”. Encontramos un suavizante para la ropa que arregla las crisis matrimoniales, teléfonos móviles que de repente multiplican por mil tu vida social, bebidas alcohólicas que te convierten de golpe y porrazo en una persona con éxito en todos los aspectos de tu triste y monótona vida, detergentes que limpian todas, sí, todas las manchas habidas y por haber (qué curioso que luego la misma compañía te venda un quitamanchas, ¿no?) Y así podría seguir hasta el día del juicio final.
Concluyendo, ¿acaso no soy yo digna de ser deseada por el sexo opuesto a pesar de estar gorda? Pues sí, soy tan digna como la que más.
El verdadero problema es que llevo tantos años oyendo que la gordura no es atractiva, que he desarrollado los mismos prejuicios de los que tan fervientemente me quejo. Soy yo quién no me acepto, soy yo quién me juzgo ante el maldito espejo, soy yo misma quién me impido salir a la calle llevando minifalda sin despeinarme.
Pero ¡ah lectores! (si es que tengo alguno), pienso acabar con ese tröll que habita en mi mente, estoy decidida... “porque yo lo valgo” ;)
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1 comentarios:
Buenisimo, simplemente impresionante amiga.
Un aplauso por ti y por todas nosotras porque como bien dices Lo Valemos!
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