María. Parte II

-“¿Qué haces con eso?, ¿es que no ves que vas ridícula?”
-“Sólo me lo estaba probando, eso es todo..."
Aquella mañana María estaba teniendo una lucha interna: ir o no ir a la playa con la familia. Por una parte le apetecía muchísimo, el calor en su barrio era insoportable; pero por otra estaban ellos, decenas de ojos acusadores juzgando cada centímetro de su cuerpo adolescente. Sus tíos fueron la tarde anterior a su casa para ultimar los detalles de las vacaciones familiares. Cuando fue a saludarlos, su tía, en lugar de recibirla con un “Hola María, ¿cómo estás?”, le espetó un hiriente “Virgen Santísima niña, cada día estás más gorda”. “Y tú más vieja”, ansiaba contestar ella siempre, pero para no variar le faltaban agallas.
Los ojos de su hermana seguían clavados en su cuerpo casi desnudo, sólo cubierto por aquel bikini dos tallas más pequeño que le había cogido prestado a su hermana para probárselo. Casi podía sentir los dardos de desprecio que los ojos de su hermana arrojaban al mirarla.
-“Anda, quítatelo, que ve lo vas a ensanchar”
-“Sí... sí, ¿si? ¿Hola? ¿Quién llama?”
Absorta en sus recuerdos, por un momento había olvidado que acababa de llamar al número de teléfono de la oferta de trabajo.
-“Eh... ho... hola. Llamaba por el anuncio del periódico, pero si está ocupado en este momento ya llamaré otro día.”
-“No, no. Descuide. Puedo atenderla.”
María era incapaz de articular una sola palabra. Tras unos interminables segundos de silencio, la voz masculina del otro lado del teléfono retomó la conversación.
-“Bueno, y ¿cuál es su nombre?”
-“María. María Sánchez”- dijo ella con un hilo de voz casi inaudible.
-“Muy bien María, mi nombre es Tristán. Pásese por el restaurante mañana a eso de las 10:30 para la entrevista. La dirección viene en el anuncio”.
-“(   ...   )”- Silencio. La emoción le tenía agarradas las cuerdas vocales en un puño y le pateaba el estómago una y otra vez.
-“¿María? ¿Sigue ahí?”
Hizo un esfuerzo titánico por recuperar las riendas de su cordura y contestó con un escueto -“De acuerdo, allí estaré”.
Tenía ganas de gritar lo más alto que jamás había gritado. Su mente daba alaridos de alegría, pero su voz no podía emerger de su garganta.
Aún tenía el teléfono entre sus manos y lo apretaba con tanta fuerza que podía oír cómo crujía la carcasa. La respiración cada vez se le aceleraba más y más. Casi como si de un acto reflejo se tratase, se lanzó boca abajo en el sofá, pegó la cara a un cojín para asegurarse de no ser escuchada y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. Cuando agotó el aire de sus pulmones, se dio la vuelta para tomar una bocanada. Había gritado tan fuerte que al abrir los ojos veía chispitas blancas y estaba a punto de explotarle la cabeza por la presión.
Jadeando, recompuso sus pensamientos e intentó calmarse.
Durante prácticamente el resto del día no hizo otra cosa que deambular por casa, comiendo chocolate amargo y conjeturando cómo le iría su ya inexorable entrevista.
Antes de acostarse mantuvo una azarosa pelea con su raquítico armario. No quedaba otro remedio que el conformismo ante la bazofia de ropa de la que disponía, cosa que no hacía más que mermar su ya maltrecha autoestima.
“¡Que maravilla de vestido!”, pensó par sí misma. Embaucada por aquel trozo de tela, María entró cual autómata a aquella tienda. Fue directa al estante donde se erguía aquel perfecto maniquí de mujer fatal. Escaneó con sus ojos cada centímetro del vestido, quedando aún más impresionada al contemplarlo de cerca.
“Me temo que aquí no hay ropa de su talla Señora. Creo que en la calle de abajo hay una tienda de tallas grandes, pruebe allí”. Aquella voz estridente y altanera la sacó de su ensueño. Deseó con todas sus fuerzas abofetear a aquella arpía y recordarle que nadie es perfecto. Ni siquiera ella, dependienta de una tienda glamorosa, con su perfume exclusivo y su ropa carísima. Y deseó hacerle entender a base de más bofetones que todos, absolutamente todos, tenemos derecho a soñar. Lo deseó con todas sus fuerzas, de verdad quiso hacerlo, pero no pudo. Sólo tuvo fuerzas para agachar la cabeza y aguantar las ganas de llorar hasta doblar la esquina.
Cuando sonó el despertador pudo revivir de nuevo aquella experiencia que acababa de recordar mientras dormía. Una ducha bien fría para paliar el calor de aquella mañana de verano era lo que necesitaba para volatilizar todo recuerdo de la noche anterior. Se tomo su tiempo para disfrutar el placer del agua fría cayendo por su espalda. Después de todo, eran las 8:00 y la entrevista no empezaba hasta las 10:30.
Hacia las 8:20 desayunó, se vistió y salió a la calle en dirección a la parada de bus que la llevaría a unas tres calles del restaurante.
Cuando llegó al restaurante se paró para observar detenidamente el exterior del local. A juzgar por la fachada debía de tratarse de un sitio bastante refinado.
Alargó su mano temblorosa y empuñó vacilante el tirador de la puerta del restaurante.
Olía delicioso. Era una mezcla entre algún guiso exquisito cociendo lentamente y flores frescas, jazmín y azahar probablemente.
En el stand del recibidor había un hombre de unos 45 ó 50 años, con un fino bigote perfilando su labio superior. Se encontraba hablando por teléfono, más concretamente gritando, pero lo hacía tan aprisa que María fue incapaz de vislumbrar de qué se trataba la conversación. Espero pacientemente hasta que aquel airado hombre de aspecto finolis acabara su trifulca con quien fuera que se encontrase al otro lado del teléfono.
-“Buenos días. Mi nombre es María. Ayer hablé con usted, vengo por lo de la entrevista de trabajo”
-“¿Entrevista? Yo no me ocupo de eso, hable con el jefe. ¡Tristán, preguntan por ti!”
María se giró en la dirección a la que había gritado el finolis. Un hombre de aspecto portentoso se levantó de una mesa sobre la que había muchos papeles y se dirigió hacia el stand de recepción.
-“Hola, soy Tristán” dijo alargando su mano hacia María. Tenía la mano grande, curtida por los años de trabajo en la cocina, pero a la vez era cálida y cercana. Daba la sensación de que ya se habían estrechado la mano cientos de veces, le transmitía familiaridad, confianza.
En los pocos segundos que duró aquel apretón de manos, María estudió su rostro. Era un hombre increíblemente atractivo. Su pelo, que se le antojaba estratégicamente despeinado, era castaño claro. Tenía unos enormes ojos de color oscuro con unas cejas perfectamente delineadas. Los labios, finos pero bien definidos, eran las puertas a una hilera de dientes perfectos, que no hacían sino otorgar más encanto a aquel rostro embaucador del que María no podía apartar la vista.
-“Hola, soy María”
Tras una breve conversación intrascendente sobre el calor del verano y otros temas fútiles, Tristán le pidió a María que le acompañase a aquella mesa abarrotada de papeles, donde tendría lugar la entrevista.
-“Muy bien María. Dime, ¿qué experiencia tienes en el mundo de la cocina?”
-“Ya se que en el anuncio decía que era necesaria experiencia. Yo tengo algunas nociones, pero no he trabajado nunca como profesional. Si quiere que me vaya lo entenderé perfectam...”
Antes de que María acabara su frase, Tristán la interrumpió.
-“Por eso no te preocupes María. Vas a poder demostrarme esas nociones. Ahora mismo te daré un uniforme. Ve al vestuario de empleados y cámbiate. Cuando estés lista, te espero en la cocina para que puedas mostrarme lo que sabes hacer”.
María se puso muy alterada, no se esperaba aquella prueba por nada del mundo.
Tristán se levantó y le dijo que esperara allí, que ahora mismo le proporcionaría el uniforme.
Miles de diminutas punzadas le acribillaban el estómago. Se concentró en un camarero que estaba abrillantando unas copas para no híper ventilar en cuestión se segundos.
Al fondo de la sala, María pudo vislumbrar a una chica que portaba consigo unas ropas blancas. “Deben ser para mí” se dijo. Efectivamente. Aquella chica acompañó a María al vestuario de empleados, un cuarto con un par de armarios y  un aseo con váter, lavabo y ducha. Le indicó dónde estaba la cocina y se marchó.
Unos minutos más tarde, María se encontraba en una cocina inmensa equipada con todo tipo de utensilios y aparatos. Siempre había soñado con trabajar en un sitio así.
Comenzaba la prueba de cocina... Continuará.

Datos personales

Seguidores

Archivo del blog