La paja en el ojo ajeno

A veces nos ocurren cosas que hacen despertar una pregunta en nuestras mentes, y no me refiero a preguntas fútiles, son preguntas que te hacen reflexionar durante horas, quizá días, sobre algo.
Hace unos días ocurrió algo que hizo que mi propia ética se tambaleara.
No entraré en detalles con respecto al suceso, pues realmente ni es necesario ni merece la pena, por lo que trataré de exponerlo lo más brevemente posible: actuando en caliente, hice tomar a alguien “de su propia medicina”. Esa persona en varias ocasiones ha dejado en ridículo a personas cercanas a mí y pensé que no estaría mal hacerle sentir lo mismo para “ver si aprende”.
Inmediatamente después de aquello, me sentí mal. No por la persona a la que iba dirigida “la medicina”, incluso, si me apuras, tampoco me importaba lo que pensaran los demás. Fue una sensación extraña. Me invadió un sentimiento de vergüenza para conmigo misma. ¿Quién era yo para ajusticiar o dar lecciones morales a nadie? Y peor aún, ¿por qué narices estaba haciendo justo aquello por lo que estaba clamando justicia?
Veámoslo del siguiente modo: si, por ejemplo, yo quiero enseñar a alguien que ha pegado a otro que eso no se hace, y el método que uso es pegarle para enseñarle, ¿que aprendizaje pretendo obtener? Ninguno, ciertamente.
Además, con mi desafortunada actuación, y a mi modo de ver, me puse a la altura de aquellos a quienes juzgo, por lo tanto, me convertí en alguien igual: igual de punible, igual de detestable, todos iguales.
Y es aquí donde encontramos el quid de la cuestión: ¿quién me creo para juzgar a nadie? ¿Acaso no he criticado yo a las espaldas? Por supuesto. ¿Acaso no he dejado alguna vez en ridículo delante de todo el mundo a alguien que no me caía bien? Pues también, y ojo, no me jacto de ello en absoluto, es tan sólo un ejercicio de auto-sinceridad. Entonces, ¿qué derecho tengo de exigir? Pues en realidad, y aunque duela, ninguno. Es el sentimiento de propiedad lo que me empujó a actuar. ¿Propiedad? Sí, pues se estaban metiendo “con los míos”. Es como cuando uno tiene un primo/hermano/amigo/etc. que es de tal o cual forma: yo se cómo es, pero que no venga nadie a recordármelo, porque se las verá con mi justicia implacable.
Cuán parciales e inicuas son a veces nuestras sentencias para con los demás. Es por eso que he decidido que a partir de ahora dejaré de “ver la paja en el ojo ajeno” y me preocuparé más de ver la viga que tengo incrustada en el mío.
Se que es un trabajo peliagudo, yo incluso diría que imposible: la meta-cognición requiere mucha crueldad y tiempo. Pero no por ello me voy a rendir a la primera de cambio, a fin de cuentas no hablamos de otra cosa que tratar de ser mejor persona cada día, y con eso no hay que tener contemplaciones, hay que “echar toda la carne en el asador”.

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